Los científicos españoles han constatado la continua actividad explosiva del volcán, con columnas piroclásticas (compuesta de gases y cenizas) que alcanzan entre los seis y los siete kilómetros de altura, lo que ha ocasionado una amplia dispersión de cenizas hacia el este y el sudeste del volcán, recubriendo paulatinamente todo el glaciar de la cumbre del volcán, por lo que casi toda su superficie esta negra, informa el CSIC.
El hecho de que el Eyjafjalla haya recibido nuevo magma desde el manto terrestre indica "que la erupción no se limita al vaciado de una cámara magmática superficial de dimensiones relativamente pequeñas y que, muy probablemente, tendrá características y duración similares a la erupción de 1821-1823", añade Gimeno.
Los expertos también han analizado el avance lento del frente de lava por la lengua del glaciar Gígjökull en la cara norte del volcán, informa la UB. Esto genera penachos de nubes de color blanco formadas por el vapor de agua originado al fundirse el hielo. El agua generada ha provocado la destrucción de un lago de deshielo al final de la lengua del glaciar.
Además de las investigaciones in situ, los científicos españoles han tomado muestras de cenizas alrededor del Eyjafjalla para su análisis en los laboratorios españoles, en el marco de estudios geológicos y medioambientales. En la expedición española en Islandia, realizada desde el 1 al 8 de mayo, han participado dos científicos del CSIC, dos de la UB y dos de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria.
Pero después vino una segunda y más poderosa erupción, a través de una ruptura cercana esta vez al glaciar. El fuego entonces se encontró con el hielo, y ganó el fuego. Se derritieron enormes cantidades de hielo, y como resultado el volcán comenzó a expulsar la ceniza hacia la atmósfera.
Mientras el magma se elevaba desde la profundidad de la tierra, experimentó una caída de la presión. El gas disuelto en el magma comenzó a emerger y a formar burbujas (como sucede al abrirse el corcho de una botella de champagne). Cuando estos fragmentos de magma chocaron con el frío aire y agua de Islandia, se congelaron en partículas de polvo, elevándose hacia la atmósfera por el poder y el calor de la erupción, y formando la nube de ceniza.
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